Por Redacción | 08.11.16
En el mundo hay oficios que se parecen, pues comparten similitudes en dinámicas, perfiles e incluso estética. La vida de un taxista y de un camionero son similares por su dinámica laboral y porque comparten objetivos: trasladar algo o a alguien de un punto A a un punto B; un tatuador y un pintor, por su parte, se asemejan en la medida en que ambos tienden a embellecer (o no) el lienzo que tienen frente a sí; en este sentido, la vida de un librero y un cantinero son extrañamente muy afines.
Ambos personajes (librero y cantinero) comparten una misma meta: propiciar el consumo —uno literario y otro etílico—, y no solo eso, la ruta que siguen para acompañar a sus parroquianos es sorprendentemente similar. Salvo que el cliente tenga certeza absoluta sobre el libro que está buscando, la realidad es que las recomendaciones literarias y etílicas que lanza el librero o cantinero van de la mano del ánimo que se tenga en ese momento. En este sentido, la voluntad del cliente de dejarse convencer por quien se encuentra atendiendo el negocio, una suerte de guía, es proporcional a la intimidad que se haya logrado con quien despacha. Y esto, al igual que en la cantina, se logra con el trato diario y la conversación fértil entre el librero y el lector.
En ambos escenarios hay una persona que desea desestresarse, olvidar su rutina diaria que lo está zombificando (como en la novela de Diego Velázquez Betancourt), por lo que se acerca a donde sabe que podrá escapar, al menos por unos instantes, de su carga diaria y aburrida. Cada uno en su espacio y a su modo, librero y cantinero cumplen su función: aliviar al desdichado.
Después de dos años de vida de la Librería del Ermitaño, nos hemos percatado de que es inevitable entablar una amistad con quienes nos visitan, nos convertimos en su buzón de quejas laborales, asesores financieros, confesores amorosos, adalides del espíritu derrotado, comediantes espontáneos, testigos de la desdicha momentánea, motivadores del instante, amigos entrañables e incitadores de la lectura. Y hemos descubierto con agrado que lo mismo les sucede a los cantineros. ¡Vaya sorpresa!
La pregunta entonces es: ¿a quién recurrimos los libreros cuando necesitamos descargar nuestro cansancio?… Casualmente, librero rima con cantinero. ¿Alguna recomendación, vecinos?